sábado, junio 07, 2008

Cortado

Una noche antes, H. sale tarde de la escuela. Con tarde nos referimos a las once y media, o bien, once con cuarenta, o bien, doce de la noche. En lo que camina hacia la parada del colectivo, en lo que éste tarda en pasar y en lo que hace de trayecto, cada vez son más son las silentes luces que se encienden en la calle y menos los kioscos que permanecen abiertos, por lo que le es imposible a H. hacerse de comestibles y de algunos otros artículos de necesidad básica que le están faltando. A la mañana siguiente, cuando H. despierta para ir al trabajo, le embarga un inquietante frío infernal, un frío de magnitudes extrañamente contradictorias, como cuando esos días calurosos de verano, de tan tristes y deprimentes, se vuelven calurosamente helados, gélidos, polares. H. prepara un café que sirve en una taza que días antes compró en una cafetería que está cerca de su casa, una taza que, piensa ahora que la tiene en sus manos, nadie hubiera comprado. Luego abre el frigorífico y, entre la precariedad de su contenido, elige uno que otro ingrediente para hacerse un desayuno de receta improvisada. Una vez preparado, se sienta frente al televisor, con el plato en el regazo, la taza con café humeante en la mesita del living y el control remoto en la mano izquierda, que usa para encender la tv y chequear la temperatura en el canal que da el noticiero matutino. Entonces, con más decaimiento que voluntad, además de la temperatura, H. mira también la nota de una chica argentina de 14 años que, víctima de una enfermedad fulminante, se encuentra en espera de un donante de hígado. El mismo sol que se filtra por las ventanas del departamento es el sol que intenta, inútilmente, calentar a una ciudad de Buenos Aires que está amaneciendo a seis grados centígrados. H. piensa en la temperatura, en la chica, en el hígado, para luego cambiar a un canal de música donde dan un video de Arctic Monkeys, video de una canción que H. disfruta acompañado de un café y una modesta sincronizada. Entonces, mientras sigue el ritmo de la canción con uno de sus pies, se siente sustraerse de las circunstancias y mirarse desde afuera, de la misma manera en que el alma del recién muerto escudriña su cuerpo inerte. Y ahí está H., observándose a sí mismo tomar café, comer una sincronizada y ver un video musical en la televisión. Así pasa que, sin saber exactamente el cómo, H. se da cuenta de que eso es la vida, y consciente del fluido discurrir de los eventos, se apura a terminar su desayuno para posteriormente tomar un baño e irse al trabajo.