miércoles, diciembre 17, 2008

Llamadas

1. Un día, H. despierta de buen humor, y aunque a ciencia cierta no sabe por qué ha sucedido tan inusual cosa, se dedica a disfrutarla lo más que puede, así que luego de hacerse un café mientras tararea una canción de contagiosa melodía, se dispone a dar un paseo, vía control remoto, por los distintos canales de noticias que figuran en el televisor. Después de algunos tragos, el humeante café le brinda las suficientes luces como para recordar, al menos vagamente, que cuando aún dormía escuchó, muy lejos, más dormido que despierto, el insistente y repetitivo timbrar del teléfono. Indiferente, sin permitir que la inquietud o curiosidad que en todo caso pudieron hacer sombra en su mente logren reducirle el buen humor, continúa mirando la caja negra, cuando, repentinamente, mientras se enteraba de una noticia sobre el deceso de un actor argentino de teatro, el timbre del teléfono se hace notar estruendosamente, opacando al audio del televisor. H. posa la taza de café, todavía caliente, sobre la mesita que está al lado del sillón donde estaba sentado, para luego alcanzar el aparato y contestar con una voz todavía medio seca, medio ronca, medio torpe y adormilada. Es la mamá de su roomate. Se saludan, se dan los preliminares típicos de una llamada por teléfono. Luego de éstos, cuando, al menos en teoría, debiera aparecer la voz de ella preguntando por su hijo, cuando H. se preparaba para decir que éste no está, que éste salió y que no sabe a dónde, ella le dice a H. que acaba de hablar con su mamá, que lo está buscando, que hace un rato le telefoneó varias veces pero que nadie atendió, así que le dice que la llame, pues está esperando que H. se comunique con ella. Está bien, dice H. de lo más normal. No se te vaya a olvidar, dice ella, porque me dijo que le urge. Está bien, dice H., ahora mismo le llamo. H. se despide. Ella se despide. Ambos cuelgan. H. toma la tarjeta de llamadas de larga distancia y comienza a marcar un montón de números, uno tras otro, con una velocidad que abruma, con una destreza que asusta, tal como las casualidades y los giros y los reveses que da el mundo. Quien contesta en su casa es su prima, quien no vive ahí, quien por lo general nunca está ahí, mucho menos a las once de la mañana de un martes de diciembre. Todo es raro, piensa H., sosteniendo la tarjeta en una mano, el auricular en la otra y el aparato telefónico descansando en el regazo, y luego mira la taza de café, que cada segundo parece perder calor, dejando así de humear. Soy. H., dice, ¿cómo estás?, pregunta, dispuesto de nuevo a entablar los saludos y preliminares y gentilezas que dan inicio a una conversación telefónica. Hola, H., déjame te paso a tu mamá, dice su prima, brincándose todos los preliminares de un solo salto, y un salto bastante grande y presuroso, como si lo que viniera tuviera prisa de llegar. Así que mientras aguarda en la línea a que su mamá conteste, H. vuelve a mirar la taza de café, que ha dejado de humear por completo, y recuerda entonces los inviernos de su niñez, cuando, en días de frío, jugaba con sus amigos del barrio a exhalar aire y crear vapor en el vacío, fingiendo que estaban fumando. Es como si la taza hubiera dejado de exhalar, piensa. En esto contesta su mamá, quien luego de saludarlo le dice que le tiene una mala nueva. Anoche se puso mal tu abuelo, le dice, y entonces comienza la historia que H. no conoce, pero que, muy en el fondo, todos conocemos, puesto que todas las vidas son iguales, y las historias de las vidas también, y, en consecuencia, las historias de las muertes son también todas iguales. Palabras van, palabras vienen, las frases se cansan de ser repetidas hasta que terminan perdiendo todo sentido, toda utilidad. Fue todo tan rápido, fue todo tan de repente, no hay palabras, lo siento mucho, te acompaño en tu dolor, mi más sentido pésame, estoy para lo que necesites. 2. Después de colgar, H. piensa en que le faltaban sólo dos semanas para regresar a México, piensa en que un día antes había sido el cumpleaños de su mamá, piensa en la tristeza, en la lejanía, en las señales, en las casualidades y en los giros y en los reveses que da el mundo. Piensa también en que, antes de esta llamada, lo último que había platicado con su mamá acerca de su abuelo era que éste había preguntado por H., entonces H. imagina a su mamá explicándole a su abuelo qué tan lejos queda Argentina, qué tan lejos queda Buenos Aires, qué tan lejos queda el sur.