domingo, diciembre 07, 2008
Piezas De La Crisis
H. no siempre tiene los suficientes ánimos para escribir. En ocasiones, la debilidad de las piernas se le pasa al espíritu, aunque la mente luzca lúcida en historias, argumentos y situaciones, así que en esas tardes o noches de debilidad, aunque mayormente son noches o madrugadas, dado el tergiversado horario en que vive, toma el cojín del sillón y con un pretencioso y absurdo desdén lo lanza a la alfombra, para luego recostarse a buscar en la televisión algo que pueda llenar ese espacio que desde hace años tiene libre en el pecho. Cierto día descubre un método al parecer productivo. Cuando se le ocurre algo para escribir, pero no tiene ganas, ánimos, valor o huevos, se imagina la historia siendo él el personaje principal. Se sustrae de la realidad, se aleja de la situación, parándose en un lugar que no existe y que sin embargo le permite verse desde afuera, a sí mismo, recostado sobre ese pálido y desgastado cojín amarillo. Entonces la historia comienza. Se ve a él mismo, a su personaje, ponerse de pie y, sin mudar de vestimenta, salir a la calle y empezar a darle rienda, vida y cuerda a las extrañas maquinaciones de sus pensamientos. La mayoría, no siempre, pero sí la mayoría de las ocasiones resulta útil, pues, ya más entrado en la historia, más enamorado de las calles, del viento, del asfalto, de los coches lentos y las ambulancias veloces que pasan por las avenidas en que se imagina a sí mismo caminando, se pone de pie, toma la computadora, una laptop más o menos vieja pero fiel e implacable, para luego abrirla y, en cuestión de segundos, tener la hoja de word enfrente, en blanco, dispuesta y humilde, tan entregada como la más enamorada de las amantes, tan sumisa como el más noble de los perros, y aún así, con todo a su favor, duda una, duda dos, duda tres o cuatro o cinco veces y dilata la luz del relato oculto. Piensa en un café, piensa en una canción, piensa en un libro, piensa en una película, piensa en cualquier cosa que lo ponga en el humor en el que cree que es adecuado estar al momento de escribir, piensa en cualquier cosa menos en cerveza y marihuana, pues sabe que eso de poco sirve, y quien dice poco dice nada. Luego, surgida de la nada, brota la imagen del foco de la computadora, que, cuando está suspendida, parpadea con un ritmo suave, cadencioso, casi llegando a romántico, esperanzador. H. piensa que es como una señal, un signo, la alerta de hacerse saber que en cualquier momento puede sentarse a escribir sin necesidad de buscar un humor, una inspiración, un espacio en el tiempo y un espacio en la realidad, porque nada de eso conforma la literatura más allá de quien la profesa. Como si una fuerza mágica los dirigiera, los dedos van al teclado y H. comienza a escribir.